Elogio de Inglaterra
Habla Juan de Gante
Este trono de reyes,
esta isla que está bajo su cetro,
esta tierra de gloria, esta sede de Marte,
este brillante Edén, que es casi un paraíso,
este bastión soberbio que la naturaleza
construyó para ella en contra de la peste
y el poder de la guerra.
Esta raza feliz, este mundo en pequeño,
esta gema incrustada en la plata del mar
que sirve como muro del castillo
o foso protector contra la envidia
de tierras no tan prósperas.
Este rincón sagrado,
esta tierra, este reino,
esta Inglaterra, madre de reyes poderosos,
temidos por su casta, ilustres por su cuna,
notables por los hechos realizados,
bien lejos de su casa,
por cristiano servicio y verdadera
caballerosidad,
hasta donde se encuentra, en la terca Judea,
el sepulcro sagrado del hijo de María,
del redentor del mundo.
Esta tierra de almas tan queridas,
esta tierra querida, muy querida
y estimada en el mundo por su reputación,
ahora está en alquiler
– y el decirlo me mata–
como una pobre granja o casa de vecinos.
Inglaterra, ceñida por el triunfante mar,
cuya rocosa orilla
devuelve golpe a golpe
el envidioso asedio del húmedo Neptuno,
está ceñida ahora solo por la deshonra,
por borrones de tinta y por las cuerdas
de pergaminos rancios.
Esta Inglaterra,
la que antaño quisiera conquistar a los otros,
ha hecho ahora vergonzosa conquista de ella misma.
El rey Ricardo II (Acto 2, escena I)
Traducción de Ángela y Elena Casas
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