Reflexiones
Entre la pena y el aburrimiento,
el dolor se agiganta,
la ola crece y las lágrimas
empantanan los valles
y los gritos
taladran los oídos.
Colmada de veneno,
esa copa aromática damos a nuestros hijos
y bebemos de ella ávidamente.
Debería decir que estamos locos,
debería unirme al coro de los desesperados
para entonar con ellos su lúgubre salmodia,
pero unos pasos suaves
oye mi corazón en esta hora
y encuentra su consuelo en la noticia
de que la salvación será posible.
Existe una salida
y hay un hilo de oro que nos guía.
No es un edén el mundo, desde luego,
más bien es un teatro, una palestra,
la ladera de un monte, un campo de batalla.
Luchamos y escalamos
para alcanzar la meta, la victoria,
el laurel o la hiedra, la alta cumbre.
La victoria, la meta, la hiedra, los laureles,
el paisaje increible, nos esperan.
Pero no los veremos
porque la muerte nos recoge antes,
siempre a medio camino.
Hemos matado el tedio
y olvidado el dolor en la porfía.
Hemos sido felices.
¿Mereceremos serlo cuando no haya
ni tiempo ni lugar
ni ladera empinada ni teatro
ni campo de batalla ni palestra?
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