Paños almidonados en las baldas
de los muebles oscuros
y juegos de café.
Tazas de porcelana de Limoges
alineadas, limpísimas,
exhibiendo guirnaldas
de rositas menudas y de perlas,
que hacen imaginar
lejanos escenarios
donde se desenvuelven personajes
de gráciles maneras cortesanas,
que viven sus amores deliciosos
entre espumas de encaje y seda china.
La ratita, a diario, ordena su mundillo
y lo bruñe a conciencia.
Cada día, mientras barre la pelusa del suelo
o les sacude el polvo a los sillones,
encuentra una moneda refulgente
entre la prosa gris de la basura.
Su corazón exulta:
- ¡Qué negocio!
Cuando tenga bastantes
iré volando al mundo de mis sueños
a divertirme un rato-.
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