Como el llanto de las nubes
hace que broten las flores
en los campos agostados,
así la luz de tus ojos
hace nacer los amores
en mi corazón helado.
Flores rosadas, celestes,
esmaltan los verdes prados,
trinan las aves, la fuente
canta a los enamorados.
Por mucho que vaya y vaya
jamás me canso de ver
este locus tan amoenus
ni de refugiarme en él.
Aunque muchos me aconsejen
que vuelva a la realidad
y cambie las ilusiones
por algo más sustancial;
de aquellas frescas praderas,
de aquel claro manantial,
de aquellas selvas sonoras,
de aquel divino cantar,
que vuela con alas de oro,
nunca me podré alejar.
Por allí, como pastores,
vagamos mi novio y yo.
La felicidad del cielo
vive en nuestro corazón.
Cuando las sombras se alargan
y se va escondiendo el sol
entre las nubes que tiñe
de escarlata su fulgor,
recogemos las ovejas
y volvemos él y yo
hacia nuestra dulce choza
en lenta conversación.
Luego encendemos la lumbre
y nos sentamos los dos
a contarnos mil historias
de esas del rey que rabió,
llenos de risa los labios
y llena el alma de amor.
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