Hera
Te acercaste volando torpemente,
apenas sí podías despegarte del suelo.
Yerto y lleno de barro, dando tumbos,
llegaste a mi regazo
con las plumas mojadas,
que no podían cubrir
la carnecilla tierna de tu cuerpo,
¡tan pequeña!, ¡tan pobre!
Te acurruqué en mis brazos
mientras tú me contabas
una historia muy triste:
tu nido destrozado por la lluvia
con sus huevos azules, tu esperanza.
Te besé, enternecida, y me violaste,
pajarraco insufrible, cuco artero.
Y luego -¿qué remedio?-
te tomé por marido.
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