SOLILOQUIO
I
En el ordenador, mi actual cerebro,
se revuelven las horas que he vivido,
y no recuerdo ya.
Junto a Cortés, Pericles.
Junto a Hesíodo y Homero, La España Musulmana.
Largas disquisiciones sobre Leibniz,
sobre Hegel y Hobbes, Niesztche y Ortega.
De Schopenhauer o María Zambrano, párrafos escogidos.
Los acertijos de Zenón de Elea
y cómo resolvió
el divino Aristóteles
la paradoja del conocimiento
por reductio ad absurdum
de la tesis contraria.
Las palabras aladas de Platón
y a su lado los doctos comentarios
al Convivium de Marsilio Ficino,
que hace ya muchos años traduje del latín.
Ahora no los lee nadie, pero en el siglo quince
inflamaron los pechos de sabios y amadores.
No hablo de las bibliografías interminables,
como constelaciones o galaxias,
donde brillan los nombres de aquellos paladines
que rescataron algo valioso
de las voraces fauces del olvido,
que supieron vencer a la Gorgona
que nos convierte en piedras: la ignorancia.
Momsen, don Marcelino, Gibbon, Francisco Rico,
Tönnies, Dámaso Alonso,
Henri Pirenne, Bajtín
Vladimir Propp, Tarsicio
de Azcona, André Chastel,
Dan Brown, Erwin Panofsky, Alexander Koyré,
Gombrich, Deleuze, Karl Vossler,
Lewis, Garin, y Chesterton,
Bowra, Campbell, Cassirer,
Huizinga, Juan Eduardo
Cirlot y Bosch Gimperra.
Thomas Khun, Robert Klein.
Maravall, Ludwig Pfandal, Robert Graves…
Tantas y tantas voces tan amadas
que poblaron las horas de mi vida,
y ahora duermen allí.
Ya no recuerdo lo que me habían dicho.
II
Veo que está mi cabeza
vacía como la cascara de un huevo.
Parece que he bebido un poco pronto
las aguas infernales del Cocito.
Como Sócrates, digo: No sé nada.
Nunca mayor verdad labios dijeron.
Siento en mis pesadillas que mi alma ha muerto ya,
y que ese olvido suyo, sistemático y triste,
es purificación por la que pueda,
cuando termine de morir mi cuerpo,
reencarnarse otra vez en una rana,
en un gatito blanco, en un escarabajo pelotero.
Me sobrevivirá, si no lo rompe nadie
o borra el contenido,
mi viejo ordenador con mi saber antiguo.
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