Un poco se movió, o eso me parecía,
el pastor que te sigue eternamente
mirándote a los ojos, Endimión.
Pero eran las nubes las que andaban,
no él. Volaban presurosas
a presentarte velos nacarados
más sutiles que el aire
para que tú eligieras el vestido
que deseabas lucir aquella noche
en el baile del cielo.
Como una perla blanca destellaste
contra el azul espeso
abriendo las tinieblas.
Así brilla su amor opalescente
ahuyentando las sombras
en los mares amargos de mi alma.
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