Fuimos nosotros, sí, los que rompimos
los muros que guardaban nuestra patria
para que entrar pudiera
el colosal regalo de Minerva.
Exhaustos lo arrastraron cuesta arriba
los hombres obcecados.
Cantaban las muchachas y los niños
la nueva era de ciencia y de progreso.
No veían, a causa de la niebla
que cegaba sus ojos de mortales,
lo que los inmortales preparaban
por medio de ese don.
No vieron las llanuras encharcadas de sangre,
los pueblos reducidos a cenizas,
violadas las mujeres, y los niños famélicos o muertos.
No vieron a los dioses devorando
la delicada carne de sus héroes.
No sabían lo que hacían.
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