No hablas, pero tu boca,
maravilla de seda rosa pálido,
cifra la perfección de todo lo creado
y la mano de Dios está en tu instinto.
Está en los movimientos cautos y recelosos,
en ese terciopelo inmaculado de tus pisadas suaves,
en tu patita blanca.
No te vemos salir,
ni vemos cómo entras en las habitaciones,
pero te instalas siempre donde nadie te espera
-como la avanzadilla de los húsares-
y siempre nos sorprenden acechando,
desde cualquier rincón,
tus ojos de topacio,
tu mirada amarilla
de pequeño guardián del universo.
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