Si te despiertas antes de que haya amanecido,
entras como en las fauces del lobo de la noche.
Disimulas tu miedo:
te fumas un cigarro, lees, escribes,
rechazas aleteos de murciélago
diciendo: “sombras vanas”. Mas tus ojos
espían angustiados
con vaga incertidumbre,
tal como la primera y desvalida
criatura de Dios sobre la tierra,
la llegada bendita de los rayos
de ese bendito sol
que podría haberse puesto para siempre.
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